Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

miércoles, agosto 25, 2010

Día 66: Dan in Real Life


Esta es una de esas películas del tipo simple, cálida y divertida que me encantan. Además de que soy fan de Steve Carell y sus caras, estos detalles son los que más me hacen reír:

1. La broma espontánea en la librería.
2. La risa franca de Juliette Binoche cuando está con Dan.
3. El tinglado familiar, por ñoño que sea. Sumado a los comentarios ácidos que se hacen unos a otros.
4. La tensión tan simple y atractiva que hay entre Dan y Marie, derivada de ese amor del bueno.
5. Cuando Marie le da un hot cake todo quemado a Dan.
6. En las obras familiares, el estribillo principal de la canción que canta Dan: Let my love open the door to your heart.
7. Cuando una de las hijas de Dan le grita: "You are a murderer of love". Y, claro lo que el novio de esta le dice a Dan antes de subirse al taxi.
8. Lo que le dice Dan a Marie antes de entrar al boliche, cuando ella intensea con que tiene hijas y...
9. La escena en el boliche, antes de que llegue la familia entera.
10. Los encuentros de Dan con el mismo policía.
11. La reflexión final sobre los planes.
12. Plan to be surprised.

martes, agosto 24, 2010

Día 65: The Ugly Truth



Mi mareado ya me había dicho que las mujeres somos expertas en escuchar sólo lo malo en una frase bien intencionada. Yo me había resistido a aceptarlo del todo, aunque algo me decía que, en ocasiones, algo de razón hay en ello. En esta película hay una escena que lo ejemplifica demasiado bien: esa en la canasta del globo aerostático, casi al final, cuando Mike le está diciendo que a Abby que la ama y ella sigue discutiendo sin escuchar. Me partí de risa porque, justamente, el mareado estaba a mi lado en el sillón. Torcida de ojos de por medio, no me quedó más que admitir que yo he estado ahí, y en incontables ocasiones. Dicho sea de paso, Katherine Heigl me cae harto bien. Y, de todas las comedias románticas que se han hecho últimamente, creo que esta es de las verdaderamente rescatables.

Día 64: Changeling


¿En qué carambas estaría pensando Clint Eastwood para dejar que todo el peso de la historia recayera en los gritos nada convincentes y en el puchero-eterno de Angelina Jolie, enmarcado por ese ridículo gorro? Que alguien me explique, por favor. En serio.

Día 62 y 63: Los Soprano

Sigo pensando que la madre de Tony Soprano es un personajazo, pero también siento que poco a poco la trama va haciéndose más sólida. Y ya voy en la temporada 2.

Día 61: Fight Club


Trato de recordar si había vuelto a ver esta película completa alguna otra vez que no fuera aquella noche en la sala de cine con mis padres, cuando fue estrenada. Pero no logro recordarlo. Supongo que no. Lo que sí recuerdo a la perfección es lo alucinada que salí del cine. La sensación de que mi mente había sido bombardeada por una historia que me era imposible digerir del todo; por una historia cuya médula, en algunos aspectos, se me escapaba de las manos. Algunos de ellos muy masculinos, me parece. Y justo es ahora que he vuelto a verla, cuando ya cuento con un referente del mundo laboral más sólido (y crudo) y que experimenté mi parte más masculina en una oficina, que termino de conectar los cables faltantes. Ese condenado Chuck Palahniuk sí que se escribió una gran historia. Ahora comprendo que verla en aquella semana de estreno fue como contemplar las bombas cargadas en mi sótano personal, sin entender bien a bien qué demonios hacían ahí. Verla  de nuevo ha sido como contemplar el escenario después de que explotaran. Aquella vez jamás me sentí conectada con las ansias de golpear a nadie ni con el alivio de hacerlo. Pero ahora, cuando Tyler Durden da uno de sus speeches (el más largo), conecté con ambas. Juro que una parte de mí quiso pararse a soltar uno que otro puñetazo. Sólo hasta ahora cada una de mis fibras comprendió esa maldita enajenación laboral en la que está sumido el personaje sin nombre de Edward Norton. Que si tú no dejas salir todo eso que te tragas, algún día va a salir, imparable, incontrolable. Y que tendrás suerte si te das cuenta a tiempo de sus anhelos de destrucción.

Semana 10 bis: How to lose friends and alienate people


Toby Young es uno de esos tipos que te hace carcajear con sus estupideces en papel, pero que de tenerlo enfrente probablemente querrías ahorcar. O al menos reservarte el derecho a ver cómo se da de trastazos desde la barrera. Por aquello de que es un bruto, orgulloso y narcisista bien hecho. El libro, ahora convertido en película, tiene algunos momentos más reflexivos, digamos, de lo que esperaba. En particular sobre la exacerbada cultura del éxito estadounidense (en comparación con la británica) que no tiene, por ejemplo, The Devil Wears Prada (que se queda en lo meramente anecdótico). Aunque, como sí lo esperaba, también es un saboreable vistazo a ese gran Olimpo editorial que es Nueva York (más concretamente a Vanity Fair y el círculo cercano a su Editor, Graydon Carter) y que desde afuera resulta tan apetecible. Sobre todo si se ha trabajado en la redacción de una revista en un país como México y neciamente se mantiene en pie la creencia de que en otros países la cosa marcha mejor. Pero, al cabo, uno recuerda que los círculos sociales son muy similares en cualquier parte por la sencilla razón de que quienes los integran son personas, como uno. Sí, sí, los salarios y los recursos materiales disponibles para quien forma parte del tinglado nos suenan estratosféricos e imposibles de replicar, la sofisticación de los ambientes, inalcanzable; pero las inseguridades, la vanidad, los egos desproporcionados y los absurdos cometidos en su nombre, así como los prejuicios, ahí andan. Tan en dos pies como en todos lados. Quizás sólo proyectados a mayores alturas. Pensándolo un poco, yo diría que How to lose friends and alienate people es un libro muy digno para leerse durante un verano, pero sobre todo para recordar con bastante humor que los castillos de naipes se construyen en donde sea. Y que siempre pueden terminar por caerse, sin importando el material de sus cartas.

lunes, agosto 23, 2010

Día 60: Los Soprano


Ya, ya. Los Soprano no es una película, pero después de media temporada de un sentón, algo tengo que decir sobre ella. De algún modo tienen que contar las horas que invertí en ello. El caso es: sucede que es hasta ahora que empiezo a ver esta serie. Entre que cuando arrancó no tenía tele de paga, luego me faltaba el hábito de llegar a casa corriendo para ver una serie en concreto un día en particular, que se me cruzaron otras series en el camino y que... La vida y sus pretextos, pues, es lo que se había interpuesto entre el clan mafioso y yo.
Confesaré que he escuchado tantas, pero tantas maravillas sobre la serie que no me parece tan-pero-tan-maravillosa. Al menos hasta donde voy (casi el final de la primera temporada). Pero sí que me he carcajeado con Tony Soprano y sus ocurrencias verbales. Hay diálogos endemoniadamente bien escritos, que ni qué. Y, encima, la forma en que James Gandolfini lo interpreta me recuerda demasiado a un gran amigo. Pero algunas situaciones familiares me resultan un tanto... predecibles (será que estoy obsesionada con los dramas familiares y he visto demasiados o que todas las familias terminan por conducirse en formas similares). De momento, para mí el mejor personaje es la mamá de Tony; una de esas vacas locas extremadamente lúcidas. Auténtica pirotecnia emocional. Lo que me queda claro es que mientras haya risotadas, ahí estaré: temporada a temporada.

martes, agosto 17, 2010

Día 59: Los hombres que no amaban a las mujeres


Cuando terminé de leerla, me pareció que la trilogía de Stieg Larsson daba para hacer una gran adaptación cinematográfica. Una que podría superar en varios aspectos, principalmente en ritmo, a los libros. Porque con todo lo que me gusta el personaje de Lisbeth Salander y algunas enredadas implicaciones de la historia, los libros tienen muchas páginas que podrían cortarse. Y resulta que no habrá sólo una versión, sino dos. El típico duelo europeos-gringos. Pero mientras David Fincher* factura la que corresponde a la industria de Estados Unidos, diré que la versión sueca no me decepcionó, pero tampoco creo que sea todo lo que pudo ser. Me quedé con la sensación de que le falta fluidez, porque a momentos la historia se siente contada como en viñetas aisladas, no como en un mismo aliento. Eso sí, creo que tomaron hartas decisiones acertadas sobre qué ahorrarse. Y debo decir que el casting de los personajes (particularmente Michael Blomksvist) se asemeja mucho a como los imaginaba físicamente. Además, me gustó el tono cutre que tiene el filme. Vamos, que la fría y civilizada sordidez trazada por Larsson en sus páginas sea ese sutil pero siempre presente telón de fondo. Nada de estilismo rimbombante. Nada de innecesario efectismo, pues.

*A mi parecer, Fincher tiene enormes posibilidades de realizar una versión. Lo digo pensando en Zodiac (que es larga, densa y buena-buena) y Fight Club (de la cual no se necesita decir nada).

lunes, agosto 16, 2010

Semana 10: Comer. Rezar. Amar


Abrí con absoluto prejuicio este libro. Porque "no es el tipo de libro que suelo leer", me dije. Y eso mismo es lo que le había contestado a alguien que me habló de él (qué pinche arrogancia, la mía). Pero luego de que un par de personas me dijeran que imaginaban que yo podría terminar escribiendo algo así, me doblé de curiosidad. Pues sí. ¿A qué exactamente se referían con algo así?
Podría decir muchas cosas para demeritar el libro, porque hay con qué. Pero no lo haré por una simple razón: por más New Age que suene, comprendo ese recorrido personal del que habla Elizabeth Gilbert. Porque yo estuve ahí no hace mucho: postrada en el piso, llorando desesperadamente, pidiéndole al universo, con todo el fervor que nunca en mi vida había manifestado, que me guiara. Que me ayudara. Y lo ha hecho. Y de sobra. Negarlo para no manchar mi currículum de lectura sería una brutal estupidez de mi parte. Qué importa, pues, si no es un libro para la posteridad literaria. Qué importa decir que lo leí y sonreí, que me vi reflejada. Qué importa toda mi parafernalia intelectual cuando entiendo de qué carajos habla esta mujer y me alegra saber que no estoy sola ni loca. ¿Que está escrito con ese espíritu ligero que tan bien le viene al verano? Sí, pero quién no necesita una brisa fresca y dulce en las mejillas de vez en cuando. Yo sí. Y (ya) no me siento mal por ello. Gracias, buenas noches.

*En cuanto a si terminaré escribiendo un día algo así... ya veremos.

sábado, agosto 14, 2010

Día 58: The Wrestler


Para mí, Randy The Ram (Micky Rourke, de paso) es un personaje tan roto que necesita un abrazo de esos que ya nadie puede darle. Ni él mismo, y lo intuye. Pero, puesto contra sobre las cuerdas de su propia vida, tiene que seguir intentando conseguirlo y lo hace, aunque poco convencido, con poca idea de cómo hacerlo. Aunque termine por fracasar y admitir que regresa al ring porque allá adentro nadie lo lastima. Foc. Foc. Foc. Llegado este momento, uno hace ya rato que tiene el corazón desgarrado. Uno ya contempló de frente la cruda decadencia después de la gloria. La desoladora situación de no hallarse en ningún otro lado más que en aquello a lo que dedicaste la vida, en aquello que la dejaste. Uno ya contempló esa escena en el muelle abandonado, con Stephanie, su hija, en la que acepta resignado que era él quien debía encargarse de que todo saliera bien, pero no pudo hacerlo. Uno ya se encontró con el hombre plenamente consciente de su trunca vereda. Pfffff. Antes del final, uno ya comprendió que Randy sigue el único camino que puede seguir: el de entregar el último aliento que le queda. Lloro sólo de recordar ese preciso instante en el que toma valor para hacerlo.
En fin, si algo le admiro a Darren Aronofsky es su versatilidad para armar películas que te remueven bien y bonito la tripa, y no siempre en la misma dirección. Tampoco es que tenga muchas en su haber (tiene ocho como director; tres de las cuales jamás llegaron a este país, las primeras: Protozoa, Fortune Cookie y Supermarket Sweep), pero baste mencionar Requiem for a Dream o The Fountain (una película que le tomó casi una década sacar a flote) para recordar que este tipo sí sabe su oficio. Ahora, a esperar hacia dónde nos llevará con The Black Swan.

viernes, agosto 13, 2010

Día 57: Great expectations


Cómo me embriaga la fotografía de esta película (y el soundtrack). Termino queriendo que en el mundo cotidiano reinen así las tonalidades de verde. Recuerdo haberla visto por primera vez en un momento romántico muy convulso de mi vida; sufrir e identificarme con Finn (excepto en el talento para la pintada) a tope. Ahora que volví a verla, ese efecto no se repitió (y la película a momentos me pareció un poco más sosa que entonces), pero comprendí mejor la importancia de tener un buen corazón. De amar sin recelos y de perdonar las ofensas. De saber quién es uno en realidad, y de aceptarlo. Me he dicho también que ahora sí leeré la novela de Charles Dickens. Ya les contaré.

jueves, agosto 12, 2010

Semana 9: Orlando


Una vez abierto, no pude parar de leer. Fui arrastrada por la pasión, la (elegante) sorna, la cadencia y lo magníficamente escrita que está esta condenada novela. Me pareció fascinante que no hay concesiones para pausar hasta que terminas un capítulo y luego el otro y el otro, hasta cerrarlo. Encontré muchos pasajes fascinantes, pero leído el siguiente supe que no podría soltar a Orlando hasta saber qué era de él/ella:

La princesa ya no pudo contener la risa, y Orlando, encontrándose con sus ojos por encima de las cabezas de jabalí y de los pavos reales rellenos, se rió también. Se rió, pero la risa se le heló en maravilla. ¿A quién había querido, qué había querido hasta entonces?, se preguntó en un cúmulo de emoción. Una vieja, se contestó, puro hueso y pellejo. Innumerables rameras de vestido colorado. Una monja majadera. Una gastada aventurera de boca cruel. Una masa dormilona de encaje y etiqueta. El amor había sido para él un poco de aserrín y cenizas. Los goces que le había dado parecían infinitamente insípidos. Se asombraba de haberlos soportado sin bostezar. Mirándola se derretía el espesor de su sangre; el hielo se volvía vino en sus venas; oía correr las aguas y cantar los pájaros; brotaba la primavera sobre el duro paisaje invernal; su hombría se despertaba; empuñaba una espada en la mano, cargaba contra un enemigo más audaz que el polaco o el moro; se sumergía en aguas profundas; veía crecer en una grieta la flor del peligro; tendía la mano —en fin, estaba improvisando uno de sus más apasionados sonetos cuando la Princesa le dijo: "¿Tendría la bondad de pasarme la sal?". Se sonrojó violentamente.


*Debo señalar que la versión que tengo fue traducida por Jorge Luis Borges y adoro el diseño de la colección a la que pertenece: la colección Diamante, de Editorial Sudamericana. ¿No podrían todos los libros en español denotar ese amor cuidadoso por las letras? (Sé que mi foto no le hace justicia).

miércoles, agosto 11, 2010

Día 56: The triplets of Belleville


¿Acaso no es fabuloso que una historia pueda ser contada de forma tan exquisita (trazos incluidos) a través de imágenes y con tan escasos diálogos? A mí me lo parece así. Por cierto: adoro a la abuelita, con todo y el ojo que se le va.

martes, agosto 10, 2010

Semana 8: Los Vagabundos del Dharma


Las sendas son así: uno se siente flotar en el paraíso shakespeariano de Arden y cree que va a ver ninfas y pastores tocando el camarillo, cuando de repente se encuentra bajo un sol abrasador en un infierno de polvo y espinos y ortigas..., exactamente igual que en la vida.


Esa es una de las muchas, muchísimas reflexiones de Ray (uno de los protagonistas) en la última gran expedición junto a su amigo Japhy (el otro protagonista), antes de que este parta a Japón a vivir unos meses en un monasterio budista. Tan vívidas son esas caminatas y escaladas que, sumadas a mis propios recuerdos de encuentros con la naturaleza, prácticamente respiré el aire puro del bosque y contemplé la vastedad del paisaje montañoso. Además de acariciar la libertad y la serenidad que deja la comunión con un escenario así.
Es curioso... Más que reflexionar, este relato me ha hecho sentir. Pero, sobre todo, sonreír ante el encanto de la frugalidad vital que narra (y la simpleza con la que lo hace), y que a mi manera he tratado de adoptar desde hace algunos meses con mayor ahínco. Sonreír ante la lucha de Ray y Japhy para deshacerse de los convencionalismos de su época, y ante mi propia y muy personal lucha para deshacerme de lo que me resulta asfixiante. Sonreír ante la belleza de lo simple, siempre a nuestro alcance, y para la que no se requiere emular a un beat, a un hippie o a un monje.
Lo más curioso: la extraña (por desconocida) sensación de que todo aquello que podría decir sobre este relato irremediablemente eludiría explicar lo que me hizo comprender. Pero, al fin y al cabo, elusiva es la vacuidad de la que hablan los budistas.

lunes, agosto 09, 2010

Día 55: Despicable me (bis)


Sí, otra vez. Más por una cuestión circunstancial que por habérmelo propuesto, pero la disfruté más y me dio tiempo de apreciar la fabulosa mochila en forma de catarina de Agnes (en la foto no se ve muy bien, pero ¡quiero una!). Supongo que no hay necesidad de repetir esto, pero lo haré: lo mejor de la historia son los miniones. Perdonen ustedes la necedad.

Día 54: Empire of the sun


Junto con Stand by Me, quizá esta es una de las películas que más ubico de mi infancia. Entre otras cosas porque me gustó mucho el cartel y por lo mucho que me impactaron algunas escenas: la fiesta de disfraces; James entre la multitud, separado de sus padres; su andar en bicicleta dentro de la casa; el talco desparramado en el cuarto de sus padres; que una de las mujeres que trabajaba para su familia lo abofeteara; el momento en el que el joven piloto japonés se sube al avión y este explota... Pero sobre todo, la del estadio lleno de muebles, candelabros, autos y un sinfín de artículos de lujo.
Ahora que volví a verla después de tantos años (15 al menos), además de confundirme y pensar que el estadio era el lugar donde James se reencuentra con sus padres, todo esto que refiero se activó en mi memoria. Así como la emoción que sentí al reconocer a Christian Bale, ya adulto, en otra película (¿American Psycho?). Como si de un momentáneo reencuentro con un personaje entrañable de mi infancia se hubiera tratado. También es cierto que mis ojos actuales vieron cosas que los de mi infancia no (la ingenuidad burguesa, por ejemplo), pero me di cuenta de que soy incapaz de ver Empire of the sun sin una carga muy subjetiva. Se hizo de tal lugar en mi corazón cuando tenía 10 años que si la historia está demasiado edulcolorada por la mano de Spielberg, realmente no tiene importancia. Me gusta así como es. Ha de tener que ver con que por aquellas épocas yo me enamoré definitivamente de las historias contadas a través de una pantalla.

Día 53: Duplicity


Es tan aburrida y previsible que no puedo decir con vehemencia que al menos vale la pena verla por Clive Owen trajeado a tiempo completo. Osh.

viernes, agosto 06, 2010

Día 52: Despicable me


¿Alguien me regala una legión de miniones? (La película, por cierto, tiene sus buenos momentos: como esa primera escena con Gru y el niño al que se le cae la bola de helado).

Día 51: Revolutionary road


El día que la vi en el cine, salí perturbada. De tantas cosas tan dolorosas y verdaderas que Frank y April se sueltan uno al otro y a sí mismos, a gritos y en conversaciones sosegadas (Como: "Creí que éramos especiales, pero no lo somos. Somos como todos"). Enojada particularmente con Frank por haberse resignado a llevar un estilo de vida que lo hacía infeliz, pero que era lo que se esperaba de él, lo normal, lo sano. Cómo él mismo termina por tragarse amargamente sus palabras.
Ayer que la volví a ver, ambos personajes me sacudieron por igual. No me hicieron enojar, sino entristecerme por su negación a ser felices, por su hipocresía. Por saber qué era lo que necesitaban y acobardarse a perseguirlo, como muchas veces suele pasarnos. Es una necedad absurda eso de pasarse la vida diciendo que te gustaría llevar otro estilo de vida, lamentándote por lo que tienes y anhelando lo que no tienes, sin hacer nada al respecto para cambiarlo.
Esta vez, contemplé con más calma al resto de los personajes y me asqueó tanto prejuicio, tanto alivio porque sean los demás los que batallan y se equivocan en vez de uno mismo, tanto autoengaño, tanta convención aprisonante para ser todo menos lo que uno es. Pero sigo creyendo que John (el hijo electroshockeado de una Kathy Bates fabulosa) es, irónicamente, el más cuerdo de todos. Por sincero y por valiente. Por aceptar la mierda en la que está parado.
Aún no he leído la novela de Richard Yates en la que está basada la película, y confieso que me da temor hacerlo. Me gusta tanto la versión fílmica que logró confeccionar Sam Mendes que no quiero echarlo a perder con el cliché ese de "es mejor el libro". Ya veremos qué pasa la próxima vez que se me cruce el libro.

martes, agosto 03, 2010

Semana 7: Intimidad


–He estado intentando convencerme de que abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene por qué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Sin duda, evolucionar constituye una infidelidad..., a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Tal vez cada día debería contener al menos una infidelidad esencial o una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro..., una afirmación de que las cosas pueden ser no sólo diferentes, sino mejores.

Las relaciones de pareja nunca son sencillas. Puede que mucho menos si se han cargado en exceso del paso de los años, de rutinas mecánicas y de cotidianidad familiar. De amor menguado. Que entonces lleguen a resultar prisiones de máxima seguridad de las que sólo se piensa en escapar a como dé lugar, es lo obvio. ¿Así se abandone y se marque de por vida a un par de hijos en el camino? (¿qué es peor para un hijo: el ejemplo perpetuado de frustración o la dolorosa enseñanza de serse fiel como persona?) Con algo así es con lo que lidia Jay, el cuarentón promedio que usa Hanif Kureishi para cuestionar con franqueza brusca y bastante humor crudo los valores familiares imperantes, la felicidad fabricada de las clases medias, la hipocrecía de muchas de nuestras convicciones.
De lo que uno también deduce (más allá de preguntarse el estado de su relación de pareja) que las crisis vitales eventualmente nos alcanzan, y más nos vale ser suficientemente honestos con nosotros mismos para no dejarnos engullir por las circunstancias y condenarnos a la insatisfacción. O vivir con ello cada día.



lunes, agosto 02, 2010

Día 50: Inception


Es extraño salir de una sala de cine y saber que has visto una película con una gran premisa: un tipo perdido entre realidades, de buena confección, con un guión todo menos sencillo de ejecutar y un buen ensamble de actores y, sin embargo, no sentirte afectada-desbordada de emoción por ella. Eso es justo lo que me pasó con Inception. Después de pensármelo un rato descubrí que, para mí, faltó un gancho emocional más contundente, más crucial en términos vitales, digamos (como sí lo encontré en la también laberíntica Synecdoque, New York). Porque ahí estaban la culpa, el duelo no resuelto, el anhelo familiar, las proyecciones personales... pero sin el suficiente punch. Cualidad que, imposible negarlo, sí tiene la parte racional de la película (que es prácticamente toda). Aunque admito que media hora antes del final ya me había cansado un poco de tanta explicación. Pero, fuera de las inacabables teorías sobre los sueños y realidades paraleras que se pueden derivar de verla,  yo pensé cinco cosas muy simplonas:


1. Leonardo DiCaprio cada vez me cae mejor. No cualquiera se construye una sólida carrera en vez de conformarse con ser galán de balneario Hollywoodense.
3. La producción de Inception es tremenda.
4. Qué hermosa mujer es Marion Cotillard.
5. Christopher Nolan no es el 'nuevo Kubrick'. De entrada, porque esas etiquetas son una reverenda estupidez: nadie puede igualar a nadie. Es Christopher Nolan y ya. Con lo bueno, malo y genial que pueda ser. Pero, además, las cinematografías de uno y otro son muy distintas.
6. Estrenos de verano así no nos caerían nada mal con mayor frecuencia.

Días 47, 48 y 49

¿Puede a uno consumírsele el tiempo en cosas infinitamente menos concretas que ver una película? Sí, tres días enteros, de hecho.

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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