Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

martes, septiembre 28, 2010

Día 91: Comer Rezar Amar


Hace no mucho, cuando alguien sacó a cuento Comer. Rezar. Amar le dije que no era mi tipo de libro, pero que sabía de qué me hablaba. Se lo dije a sabiendas de que el correspondiente ejemplar estaba en mi pila de muy, muy próximos a leer, no en la de algún día. Aquella vez habló, claro, la petulante de mí (que espero lo haga cada vez menos) que a veces se ha tomado demasiado en serio el prejuicio lectoril. Doy por hecho que aquella persona se reiría si supiera que prácticamente fue el siguiente libro que me zampé y que fui a ver su adaptación al cine a menos de una semana de su estreno. En ambos casos por gusto, voluntad y curiosidad propias.
Lo que no puedo decir que la película es buena porque creo que no lo es. Sobre todo por dos razones:
Una. La búsqueda espiritual de Liz Gilbert se siente demasiado gratuita. Más por pura casualidad y por haberse dejado llevar que motivada por una auténtica desesperación de no saber qué hacer con su planeada-vida-supuestamente-feliz-como-de-cuento. Cosa que, pues no, no se siente así en el libro.
La otra (y que a mi parecer es el peor fallo). En lugar de compartir destellos de frustración, desesperación e infelicidad con la protagonista y cómo poco a poco se trasmutan en alegría, gozo y serenidad personal (al grado de identificarte en mayor o menor grado con ella, como sucede en el libro), en el cine uno termina más con la sensación de haber visto pasar la historia de una neoyorquina descarriadona más (muy bien ambientada, sí, sí)... y punto.
Ahora, decir que el libro es mejor que la película no sería preciso. Ya dejen lo insufrible y facilón del argumento. Curiosamente, la película no termina de cuajar en la misma forma en que no lo hace el libro. Lamentablemente, la narración irregular es mucho más notoria en cuadros por segundo que en líneas por página, donde el agradable tono de quien se ríe de sí mismo distrae lo suficiente. Pero ahí donde el libro cae en situaciones que resultan un muchín ingenuas y hasta ignorantes (o muy gringas, digamos), en la película rayan en lo absurdas y hasta ridiculonas. Eso sí, el carácter too-good-to-be-true es el mismo. Pero eso yo se lo achaco a nuestra necedad de poner siempre en duda que, si cooperamos con él, el universo puede conducirse más amablemente con uno. A desconfiar de aquellos a los que les va bien porque no somos nosotros. Al final, quizás sea más justo decir que en el libro, la historia de Liz Gilbert resulta más sólida que en el guión. Aunque según yo pudo haber sido totalmente al revés. Pero, cada quien.
Todo esto lo digo cuando, evidentemente, ya le di demasiadas vueltas en la cabeza. Porque confieso que ayer por la mañana que la fui a ver dejé mis prejuicios, comparaciones y expectativas fuera de la sala y salí alegre. Ni siquiera me molestó que Julia Roberts es... siempre Julia Roberts, no una actriz que intenta ser una protagonista llamada Elizabeth Gilbert (las tomas de ella meditando en Bali sí que se las pudieron haber ahorrado). Pero me parece que visualmente cumple su cometido de caramelizar el ánimo. La luz es como un abrazo cálido casi todo el tiempo. La comida se ve más que antojable. Y la verdad sea dicha, algunos líneas tienen más fuerza en pantalla que en el libro (aunque sean aisladas).
Con todo, yo diría que es ideal para una sesión de autoindulgencia. Para tomarse como ese shot de azúcar refinada que luego uno necesita darse sin mayores consideraciones. Para recordar de una forma simple que en la vida hay que aprender a disfrutar, a disfrutarse. Que no tenemos por qué quedarnos en situaciones que no nos hacen felices. Y, por supuesto, para dar pie a una buena charla entre amigas. Tan, tan.

Días 67-90: Los Soprano



Pues sí, todos estos días fueron consumidos en devorar las seis temporadas de Los Soprano. No voy a salir con que me parece la mejor-mejor serie de la historia, pero sí retiro lo dicho apenas unos capítulos después de empezarla (acá). Admito que se pone mucho, mucho mejor después de la primera temporada. No deja de haber diálogos tremendos. Situaciones para sacar de quicio a cualquiera. Personajes que te noquean con aquellas cosas que ves de ti, que detestas, que ves en otros cercanos a ti. Pffff. 
Transité siempre con antojo de comida italiana y terminé queriendo ahorcar a más de un personaje, por su ambivalencia. Ah, pero ¿no somos así todos?: ¿niños malcriados jugando a ser adultos en un mundo todo menos lógico (al menos según lo que hemos aprendido)? La mafia será el contexto, pero lo que pasa ahí, creo, es un muy buen retrato de lo que pasa en muchas otras familias. Las nuestras incluidas. Ya. Sólo eso diré. Bueno, y que siento cierto alivio de ya no sentir ansiedad por ver y ver más capítulos de este clan. ¿El final? Como sucede con toda buena serie, nunca satisface. Como la vida y sus caprichos. 

Semana 12, 13 y 14: A Heartbreaking Work of Staggering Genius


Tenía rato de no enfrentarme a un libro que me provocara semejante letargo a la hora de leerlo. Cierto tedio. Pesar, incluso. Lo suficiente como para transcurrir tres semanas entre sus páginas. Y no porque no me interesara o me pareciera malo... Es simplemente que algo en la historia, en la forma en la que está contada, me hizo sentir como si estuviera atrapada en un pantano y entre más quería avanzar, más se me engarrotaban y pesaban las piernas. Más me hundía. Supongo que algo (o mucho) tendrá que ver que empezar a leerlo coincidió con la muerte de la mamá de una amiga, que eso me permeó de muchos pensamientos y sentimientos, y que es justo a la pérdida de sus padres a lo que se enfrenta el protagonista. Además de tener que hacerse cargo de su hermano de 8 años.
Supongo que transitar por él con tanta lentitud no es más que haber contemplado, en cierto modo, lo desafiante que es asumirte respirando en el mundo sin tus padres. De cómo ellos son una especie de seguridad continua a lo largo de la vida, que conforme creces y ellos envejecen se va desmoronando, pero que nunca se termina de sentir sino hasta el día que físicamente desaparecen. Como si una especie de brújula se apagara.
Otro poco habrá contribuido que, para mí, el libro se empeña en desconcertar, en moverse continuamente, en cambiar cómo narra las cosas para que no te acostumbres, para sorprenderte tan pronto sientes que te has acompasado a su ritmo. Lo que contribuye efectivamente a que los sentimientos que uno vomita sean todo menos estables. Curioso: no se trata de un libro que me haya dejado una impresión unánime. Me ha dejado extrañada, con una peculiar mezcla entre agrado y repulsión. Supongo que ahí está precisamente su valía. O quizás es un libro malísimo y yo estoy perdida. Como sea, he decidido leer otro título de Dave Eggers.

miércoles, septiembre 01, 2010

Semana 11: Amrita


La belleza es tomar algo en las manos y dejar que se vaya después. Uno no se puede aferrar al mar y a la sonrisa de los amigos que se van lejos.

He aquí otra perlita que demuestra que los escritores orientales poseen una sensibilidad particular para hablar de temas espirituales sin tanta complicación ni drama como los occidentales, más bien con un tono harto poético. Uno explora la muerte, la tristeza, la melancolía y la espiritualidad exacerbada a través de Sakumi, el personaje principal, pero sin quedar sobre las cuerdas. Sino, curiosamente, muy sereno. Como si la habilidad de Banana Yoshimoto fuera conducirte con toda suavidad y ternura por la espiral de dolor punzante que puede resultar la pérdida de un ser querido, pero también crecer, hacer nuevos amigos y separarte de ellos... la vida, pues. Amrita está plagada de conversaciones memorables entre madre e hijos, entre hermanos, entre amantes, entre desconocidos, entre amigos y seres ultraperceptivos. Pero, en ningún caso, se trata de conversaciones elaboradísimas. Al contrario: resultan tan cotidianas que si uno no presta suficiente atención se corre el riesgo de dejar escapar buenas dosis de sabiduría. Por eso, digo yo, a pesar de lo ligera que resulta, es una novela que sabe mejor a sorbos y acompañada siempre por una taza de té.

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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