Según mi entender, Wes Anderson es un tipo que, como pocos, sabe traducir en películas el calificativo exquisitas. Y yo diría que Fantastic Mr. Fox es otra píldora de muestra. Como siempre que termino de ver una película de este texano, trajeado pulcramente lo mismo en sus filmaciones que en entrevistas (en diferentes gamas de café, tonos beige o más claros y toques azulados), además de una historia deliciosamente contada sobre un personaje que no es precisamente bueno, pero sí absolutamente encantador, Fantastic Mr. Fox es un derroche visual de principio a fin. De la decoración de cada set al vestuario de cada personaje animado. Puf.
Quizás sus guiones, a diferencia de su visualización artística, sean los que sufren trompicones de vez en cuando, pero ¡qué diablos! Un cine personal, detallado, con un humor tan peculiar como el suyo se agradecen con euforia en un época en la que todo parece ser un pastiche despersonalizado, producto del copy-paste. Como siempre, me resulta un gozo ver la película y luego el making off, que da cuenta del arduo trabajo y la dedicación detrás de lo que dura esta. ¿O van a decirme que cualquiera saca a los actores del estudio de voz para grabarlos realmente comiendo galletas, cavando, corriendo o montando una motocicleta?
Y según escribo esto, descubro lo que puede ser una presunción mía: Fantastic Mr. Fox, más allá de una película aislada, es una pieza más de la obra cinematográfica artesanal que este hombre se ha construido. Sí, aisladamente el cine de este flacucho de apariencia tímida se disfruta, pero se goza a plenitud habiendo visto sus trabajos predecesores. Porque sólo entonces se entra de lleno en ese mundo suyo, repleto de guiños familiares, potencializados con cada nuevo filme. Ya, dicho está.