—Todo lo que nos enseñaron sobre el socialismo... es mentira. Y todo lo que nos enseñaron sobre el capitalimo... es verdad.
Escenas desgarradoras, esta película tiene muchas. Como esa en la que Santa (Javier Bardem) descubre la verdad sobre la vida de Amador. O aquella en la que Paulino, recién teñido el pelo, espera una entrevista de trabajo. O esa otra en la que José acude al banco con su esposa... Si cabe preguntarse en qué clase de persona nos puede convertir un empleo, también cabe preguntarse en qué clase nos convierte no tenerlo. Más aún, prolongadamente. En uno u otro, la respuesta puede ser: en entes cansados, ensimismados, cínicos, insensibles, desvalorizados, derrotados. ¿Y por qué? Porque dejamos que los problemas nos absorban y dejamos de sentir, de gozar. Porque dejamos que un trabajo nos defina. Dejamos que el miedo nos carcoma y se acabó. Nos desbarrancamos. Y de bajada nos llevamos a aquellos que nos quieren, nos han apoyado o nos tienden una mano. Y encima esperamos que no se quejen. Hasta que, claro, la vida tiene a bien ponernos en nuestro lugar. Entonces, sólo hay de dos: o la enfrentamos con valentía o nos seguimos hundiendo. Con sus debidas consecuencias.
Mi escena favorita: Cuando Santa, sentado despreocupadamente en una butaca del transbordador, pregunta: "¿Qué día es hoy?" (condenado Bardem: ¡eres grande!).
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