Admito que me causaba recelillo volver a ver Sideways. Quería verla y no. Me reí tanto cuando la vi, que temía que el encanto no se repitiera. Por obra y gracia de Alex Payne (su director), permaneció intacto. Lo suficiente como para pensar en ir a beberme un viñedo entero, al menos en lo que dura la película. En lo que no puedo dejar de pensar es que, más o menos, todos llevamos un Miles o un Jack por dentro. Una personalidad que se toma todo muy, muy en serio. Otra que lo hace todo más bien a la ligera. Ambos, en extremo, jodidos. Sin duda, durante mucho tiempo yo le he hecho caso más bien a mi Miles. A la rigidez, a la contención, a la negatividad sulfúrica, a la falta de espontaneidad, queriendo encorsetar al mundo, a la vida y a mí misma, en primer lugar. Qué suerte que siempre puede uno tomar nuevos rumbos.
Ahora, momentos dignos de desmenuzarse, hartos. Los que se me han prendado:
-Miles emberrinchado, gritando: "Me niego a tomar Merlot".
-Cuando Maya y Miles hablan sobre sus 'joyas' vinícolas, y ella le dice: "El día que abras el Cheval Blanc del 61, ésa será la ocasión especial".
-La tarde en la que Miles finalmente decide tomarse esa botella durante tantos años guardada, en un vaso de unicel, acompañado de una hamburguesa y unas papas.
-La serenidad de Maya, esa mujer que sabe tanto de vinos, pero más sobre sí misma y lo que quiere, y lo que no.
-La escena del choque. Me parte de risa hasta dónde es uno capaz de llevar sus propias farsas, con tal de no romper el status quo sin el cual, según nosotros, el mundo deja de dar vueltas.
-Lo que le dice casi al final Maya a Miles sobre su novela: "Qué importa si te la publican o no. Tú sigue escribiendo".
Pd. También recordé las ganas que tengo de hacer un picnic. Vino y quesos incluidos. Pronto, pronto.
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