
Debo decir que, más que disfrutarla, me pasé la película entera esperando lo peor de lo peor. Cortesía de Don Juan y su mirada de soy-un-pan-que-sólo-quiere-ayudar-al-mundo (tan bueno que a veces dan ganas de abofetearlo), y su temperamental dogo argentino Bombón de Le Chein (¡perrazo!). Pero... no. El asunto aquí va más por aquello de que las desgracias siempre traen algo bueno. Nomás es cosa de dejarse llevar por lo inesperado. Confiar. Eso, y hacerse de un perro para llevarlo sentado en el asiento de junto y compartir con él el camino.
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