Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.
miércoles, octubre 27, 2010
Día 105: How To Train Your Dragon
He aquí una película de la que no esperaba nada y que terminó por hacerme pasar un muy buen rato. Lo suficiente para desear cual niña que nadie maltratara a Toothless y volar en un dragón, igualito que Hiccup. Juzguen ustedes si eso no es dejarse llevar.
Semana 19: Twelve
–Naces en la capital del mundo y ya no puedes escapar, y eso es así porque así es como todo el mundo quiere que sea. Lo que importa es lo que la gente quiere. Aquí nadie necesita nada. Es como cuando te despiertas por la mañana y la nieve ya ha empezado a caer y hay luz entre los edificios donde caen los rayos del sol pero ya está oscuro donde hay sombra, y lo que importa es lo que uno quiere. ¿Qué quieres tú? Porque si no quieres nada, no tienes nada. Vas a la deriva, te arrastra la corriente, y luego te cubren la nieve y las sombras. Y en primavera, cuando la nieve se derrite, nadie recordará dónde quedaste congelado y enterrado, y ya no estarás en ninguna parte.
Parece que estoy en una racha de leer puros libros que ya tienen su respectiva película. Aunque de que existe adaptación de Twelve me he enterado apenas buscando la portada del libro, y tampoco es que me interese mucho verla que digamos. El libro es suficiente para echar un vistazo a ese mundo adolescente que a mí tanta curiosidad siempre me causa. Y aunque en este caso uno intuye en qué acabará el asunto desde la primera página, no importa. El atractivo radica más en sus personajes (hay uno que se llama Mark Rothko, jo), cuya historia se va entrelazando tan ágilmente que cuando menos te das cuenta has llegado al momento culminante: el último día del año (la trama se desarrolla en sólo cinco días).
Además, creo yo, está el factor adolescentes-neoyorquinos-con-harto-dinero, lo que le da un morbito extra. Por aquella fantasía de que la burguesía de por allá suele llevar vidas más interesantes que las de cualquier otra. Y la verdad es que no. Son tan personas como cualquiera. Tan adolescentes anodinos y atribulados como cualquiera. Todos con las mismas posibilidades de echar a perder el cuadro entero en cuestión de segundos. Y de qué manera.
*En este caso muy particular, que la traducción sea en español ibérico resulta algo molesto. En una de esas sea mejor leerlo en inglés.
jueves, octubre 21, 2010
Semana 18: Expiación
Había visto la película antes de leer el libro, y una parte de mí esperaba encontrarse con que se trataba de una adaptación más hecha con las patas que sólida, pero creo que no es el caso. Lo que es cierto es que el libro (por obvias razones) es mucho más rico en procesos mentales y emociones, en detalles que permiten relacionarte mejor, por así decirlo, con cada personaje: con su emoción, su alegría truncada, con la amargura que un sueño no realizado provoca, con la culpa y la ira, la necesidad de remediarlo todo... De reescribir la historia.
Lo que fue una grata sorpresa fue leer una última parte muy distinta a la llevada al cine. Concretamente en materia de circunstancias, más que por lo revelado. A mi parecer, el escenario en el que la Briony de setentas y tantos años desvela el verdadero nudo de la trama es mucho, mucho más poderoso como lo escribió Ian McEwan. Me hizo llorar, querer abrazar a todos sus personajes, y es hora en la que no termino de digerir muchas de sus frases. Por crudas, por reales, por su rendición ante lo inevitable, por el cansancio que denotan ante la búsqueda vital de su protagonista: la expiación.
Hay un momento en particular que es como un clavado a una fosa de agua congelada; ese momento en el que Briony confronta precisamente aquello a lo que le ha venido dando la vuelta durante decenas de años. Una confrontación tan inesperada y tan llana que termina por desarmarla. Y no es que su vejez no lo haya hecho ya. Si ya la historia y su protagonista me habían parecido fascinantemente armadas, las últimas páginas de verdad que me impactaron. Ya dejen que son del tipo que uno quisiera crear. Lo que reflejan es tan humano que resulta difícil negar que Briony Tallis no existe, aunque sea bajo otro nombre.
Días 98-104
Diversas labores han menguado mis tiempos dedicados a darle play a una película. Junto con el hecho de que he estado más absorta en mis sesiones-libro-en-mano. Pero ya sabíamos que entre el papel y el celuloide, yo me quedo con el primero, ¿no? De cualquier modo, espero revivir en breve el contador.
jueves, octubre 14, 2010
Semana 17: Los imperfeccionistas
Esta, más que una novela, es un puñado de retratos escritos de periodistas, cuyas historias están hiladas porque todos trabajan para el mismo diario, en Roma. Retratos muy certeros, según mi propia experiencia en el ala editorial de un periódico. Reí muchísimo, para qué negarlo. Pero también me identifiqué con alguno que otro rasgo histérico propio del gremio y me dolió. Eso sí, sentí mucho alivio de no ser más parte de una redacción. Porque sí creo que hay trabajos que pueden envilecer mucho. Y, para mí, uno de ellos es el de periodista a tiempo completo. Pero vamos, Los imperfeccionistas es uno de esos libros idóneos para satisfacer la necesidad de relatos que se leen de una sentada. Y no hay ser periodista para devorarlo.
*Lo que sí hay que decir es que la traducción está muy, muy mal cuidada. Hay erratas por doquier. Tache para Ediciones Plata.
Semana 16: Una pantera en el sótano
Llevo varios días dándole vueltas y sigo sin saber qué escribir sobre Una pantera en el sótano, fuera de que me pareció un libro hermoso (lo cual, ya sé, realmente no dice mucho). Pero es que es uno de esos libros que dice tanto con tan poco, tan bien escrito, que desmenuzarlo no le hace verdadero mérito. Hasta siento que le quita encanto. Pero valga decir que se trata de un libro que me ha llevado deliciosamente a la mente de un niño de 12 años, que se deja maravillar por los libros y las palabras (ese capítulo dedicado a explicar cómo están acomodados los libros de su padre es una joya). Que se enfrenta con toda inocencia y auténtica curiosidad al mundo y sus contradicciones. Un libro que, aunque escrito para leerse a partir de los 12 años, logra que uno como adulto se pregunte con verdadera sinceridad ¿en qué consiste la traición?, ¿por qué hemos de odiar al enemigo?, ¿en qué momento los adultos nos volvemos tan duros, tan complicados, tan llenos de prejuicios... tantas cosas?
Además, es un libro que ha dado lugar a una de las charlas matutinas más memorables que he tenido con el mareado. Más como por una casualidad que por buscarlo. Un libro de pasajes enteros bellísimos, más que de frases artificiosas. No sé... Es una delicia toparse con un autor como Amos Oz y saber que prácticamente te espera su bibliografía completa. Sentirme como una lectora más bien adolescente, y que lejos de abrumarme todo lo que me falta por leer o no he leído, me emociona. Mucho.
Aquí les dejo uno de los tantos pasajes que anoté:
Las tentaciones son una criaturas parecidas a una serie de estornudos, que también comienzan con nada, una débil sensación punzante que estimula el fondo de la nariz y que luego aumenta y te arrastra tanto que no puedes parar. Generalmente, las tentaciones comienzan con una pequeña patrulla de reconocimiento, una cuadrilla de análisis del terreno, diminutas ondas de confusa e indefinida emoción, antes de que te des cuenta de qué es en realidad lo que quiere de ti esa emoción, comienza a surgir un gradual ardor interior, como al encender una estufa eléctrica, cuando la resistencia todavía está gris y empieza a hacer toda clase de ruiditos; luego adquiere una tonalidad rosada, después se pone roja y empieza prender hasta abrasar como la furia, y tú te llenas de una especie de indolencia libertina; qué pasa, qué importa, por qué no, qué puede pasar, como si desde dentro te saliera un sonido muy vago pero brutal, irrefrenable, persuasivo e insistente: Vamos.
martes, octubre 12, 2010
Día 97: Mary and Max
De una película con una técnica de animación como la de esta uno podría esperar una historia más bien dulce-dulce. Pero esta se tira (¡gracias!) hacia el dramón-ácido-de-lágrima-sonrisa-así-es-la-vida, y te deja con el corazón satisfechamente estrujado y con ganas de ir por el mundo armado con una lata de leche condensada, un hot-dog de chocolate y una amistad por correspondencia tan sincera y arrebatadora como la de Mary (una niña australiana muy poco comprendida) y Max (un judío con síndrome de Asperger). Ufff. Guardada ha quedado en mí por varias razones (que no tienen que ver con Mary, físicamente, es como mi versión en plastilina), entre ellas:
1. La explicación que le da Max a Mary sobre su manchita en la frente.
2. El hecho de contar una historia a través de las cartas que se escriben.
3. Su amor mutuo al chocolate.
4. Los regalos que intercambian.
5. La entrega real en cada una de sus cartas.
6. Lo que hace uno por el otro, aunque sea a través del papel, en tantos y distintos niveles.
7. La escena final, cuando Mary descubre que... (esto no puedo echárselos a perder. Tienen que verla).
jueves, octubre 07, 2010
Día 96: Across the Universe
Así me dejó. Y para qué rascarle más. Salvo quizás para decir que ese Jim Sturgess me cae un pelín mejor.
miércoles, octubre 06, 2010
Semana 15: Kafka on the Shore
–Sometimes fate is like a small sandstorm that keeps changing directions. You change direction but the sandstorm chases you. You turn again, but the storm adjusts. Over and over you play this out, like some ominous dance with death just before dawn. Why? Because this storm isn't something that blew in from far away, something that has nothing to do with you. This storm is you. Something inside of you. So all you can do is give in to it, step right inside the storm, closing your eyes and plugging up your ears so the sand doesn't get in, and walk through it, step by step. There's no sun, no moon, no direction, no sense of time. Just fine white sand swirling up into de sky line pulverized bones. That's the kind of sandstorm you need to imagine.
Y sí. Regresé una vez más a Murakami. A ese mundo expandido (aquí más que nunca) en el que se dan con tanta naturalidad conversaciones con gatos, apariciones espectrales, encuentros con 'conceptos' (pues no son humanos ni animales) disfrazados de Johnny Walker o el Coronel Sanders, exploraciones a los laberintos profundos de la consciencia (ajenos al tiempo y el espacio) y relaciones con otros seres más allá de lo físico. Por algo Oshima, uno de los personajes de la novela, repite con tanta insistencia que la vida es una metáfora. Como para que caigamos en cuenta de que también el libro que se tiene en las manos lo es y no andemos cuestionando de más.
Para mí es una delicia haberlo podido leer sin, justamente, cuestionar si todo eso era posible. Sin buscar los cables y las conexiones que le dieran algo de sentido. Fue fascinante transitar por sus páginas sin más, aceptando naturalmente el curso de los sucesos y punto. Creo que esa es la mayor magia que puede hacer por uno este libro. Una magia que, según yo, aunque murakamizada, mucho tiene que ver con la que impregna esta vida que vivimos. Porque en el mundo por el que caminamos también suceden cosas inexplicables, quizás más sutiles, pero al fin y al cabo hechos por encima de nuestra consciencia aletargada. Regidos por una sabiduría que luego nos negamos a comprender: aquella de que todo tiene un tiempo y un momento. Completamente ajenos a nuestras prisas o deseos. Y hay que enfrentarlo.
De algún modo, Kakfa on the Shore ha sido como dejarme contar sin interrupciones un último cuentito para dormir la noche antes de amanecer en un nuevo mundo. Justo como le sucede a Kafka Tamura, uno de los protagonistas. Lo digo porque esta es la última de las novelas de Murakami que me quedaba por leer (de las que ha publicado, pues). Y al llegar a su punto final sentí que una especie de puerta lectoril se cerraba. Quizás no para siempre, pero sí durante un largo, largo tiempo Como si hubiese llegado la hora de despedir un yo del que ya he tenido suficiente. Del que es necesario desprenderme. Así pues, con la triste alegría que sólo te provoca el dejar las cosas en el momento preciso en el que debes de hacerlo, me despido del Sr. Murakami.
martes, octubre 05, 2010
Día 95: My sister's keeper
No soy madre, pero asumo que quien lo sea es capaz de ir hasta el otro extremo del universo con tal de proteger a su cachorro, con tal de buscar su bienestar. Es un instinto que me maravilla. Aunque el asunto de las madres aferradas a la vida de sus hijos, aunque sea un soplo entre camas de hospitales e inyecciones por padecer una enfermedad tan despiadada como la leucemia, me deja fría.
Confieso que hubo momentos en los que quería zarandear a la mamá que interpreta Cameron Diaz de lo lejos que, según yo, estaba llevando sus ganas de mantener viva a su hija mayor, incluso a costa de su hija más pequeña. Pero también pensé que no puedo ni imaginar lo doloroso y acojonante que puede ser ver cómo una enfermedad así se traga la vitalidad y la infancia de un pequeño, sin realmente poder hacer mucho. Que quizás en momentos así de terribles puede más la necesidad de decirse a uno mismo que se hizo todo, todo lo posible. Y que, sumidos en la desesperación, discernir entre el actuar a nombre de uno mismo y los deseos propios, el miedo a perder a un hijo y la misión de acabar con su sufrimiento, de encontrar su bienestar, la cosa se vuelve demasiado confusa. No sé. Qué prueba más extenuante para un padre. Qué tema espinosísimo, en realidad.
Día 94: The Losers
Por supuesto, yo no elegí ver esta película. Concesiones matrimoniales que hace uno. Peeeero, cayéndome tan bien el tipo del poster (culpen a Grey's Anatomy por ello), tampoco me costó mucho trabajo.
Día 93: Shutter Island
Lo malo de las películas como esta es que uno se pone sospechoso de la trama a la menor provocación y la película se va en tratar de dilucidar cuál de todas las probabilidades de resolución será la buena. Como sea, el tema de reconocer la locura propia es algo que me apasiona. Mal, más o menos o bien retratado, me deja pensando en los truculentos juegos que nos endilga la mente y de los que no es precisamente sencillo salirse.
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- Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.
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