De una película con una técnica de animación como la de esta uno podría esperar una historia más bien dulce-dulce. Pero esta se tira (¡gracias!) hacia el dramón-ácido-de-lágrima-sonrisa-así-es-la-vida, y te deja con el corazón satisfechamente estrujado y con ganas de ir por el mundo armado con una lata de leche condensada, un hot-dog de chocolate y una amistad por correspondencia tan sincera y arrebatadora como la de Mary (una niña australiana muy poco comprendida) y Max (un judío con síndrome de Asperger). Ufff. Guardada ha quedado en mí por varias razones (que no tienen que ver con Mary, físicamente, es como mi versión en plastilina), entre ellas:
1. La explicación que le da Max a Mary sobre su manchita en la frente.
2. El hecho de contar una historia a través de las cartas que se escriben.
3. Su amor mutuo al chocolate.
4. Los regalos que intercambian.
5. La entrega real en cada una de sus cartas.
6. Lo que hace uno por el otro, aunque sea a través del papel, en tantos y distintos niveles.
7. La escena final, cuando Mary descubre que... (esto no puedo echárselos a perder. Tienen que verla).
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