Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

jueves, octubre 14, 2010

Semana 16: Una pantera en el sótano



Llevo varios días dándole vueltas y sigo sin saber qué escribir sobre Una pantera en el sótano, fuera de que me pareció un libro hermoso (lo cual, ya sé, realmente no dice mucho). Pero es que es uno de esos libros que dice tanto con tan poco, tan bien escrito, que desmenuzarlo no le hace verdadero mérito. Hasta siento que le quita encanto. Pero valga decir que se trata de un libro que me ha llevado deliciosamente a la mente de un niño de 12 años, que se deja maravillar por los libros y las palabras (ese capítulo dedicado a explicar cómo están acomodados los libros de su padre es una joya). Que se enfrenta con toda inocencia y auténtica curiosidad al mundo y sus contradicciones. Un libro que, aunque escrito para leerse a partir de los 12 años, logra que uno como adulto se pregunte con verdadera sinceridad ¿en qué consiste la traición?, ¿por qué hemos de odiar al enemigo?, ¿en qué momento los adultos nos volvemos tan duros, tan complicados, tan llenos de prejuicios... tantas cosas?
Además, es un libro que ha dado lugar a una de las charlas matutinas más memorables que he tenido con el mareado. Más como por una casualidad que por buscarlo. Un libro de pasajes enteros bellísimos, más que de frases artificiosas. No sé... Es una delicia toparse con un autor como Amos Oz y saber que prácticamente te espera su bibliografía completa. Sentirme como una lectora más bien adolescente, y que lejos de abrumarme todo lo que me falta por leer o no he leído, me emociona. Mucho.


Aquí les dejo uno de los tantos pasajes que anoté:


Las tentaciones son una criaturas parecidas a una serie de estornudos, que también comienzan con nada, una débil sensación punzante que estimula el fondo de la nariz y que luego aumenta y te arrastra tanto que no puedes parar. Generalmente, las tentaciones comienzan con una pequeña patrulla de reconocimiento, una cuadrilla de análisis del terreno, diminutas ondas de confusa e indefinida emoción, antes de que te des cuenta de qué es en realidad lo que quiere de ti esa emoción, comienza a surgir un gradual ardor interior, como al encender una estufa eléctrica, cuando la resistencia todavía está gris y empieza a hacer toda clase de ruiditos; luego adquiere una tonalidad rosada, después se pone roja y empieza prender hasta abrasar como la furia, y tú te llenas de una especie de indolencia libertina; qué pasa, qué importa, por qué no, qué puede pasar, como si desde dentro te saliera un sonido muy vago pero brutal, irrefrenable, persuasivo e insistente: Vamos.


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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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