Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

viernes, julio 23, 2010

Semana 6: American psycho


No estaba equivocada cuando me cuestioné seriamente si ya tendría el estómago curtido para leer a Bret Easton Ellis. En concreto American Psycho. Pero como sólo había una forma de averiguarlo, por fin lo abrí. A pesar de lo explícitas y burdas que son sus escenas de violencia y sexo, sólo una de ellas me provocó verdaderas ganas de vomitar. Supongo que la visualicé de más. Pero... fuera de este detalle y para mi propia sorpresa, me pareció un relato fascinante. Mucho. Por su corrosiva sátira, su humor pasado de crudo, su retrato minucioso de lo vil, sórdido y estúpido que puede ser el hombre en manos de la presunción, consagrado a todo aquello que el dinero puede conseguir. Por mostrar con sobrada elegancia cuánto se puede pisotear la dignidad, propia y ajena (o hacer como que ni siquiera existe), con tal de encajar. Hasta dónde se es capaz de llegar con tal de sentir algo, lo que sea, montados en una vida tan suntuosa como soporífera, inmersa en el culto al sin sentido. Por su estilizado e impecable retrato de aquellos a quienes nadie les importa realmente un carajo, más allá de su nombre, la ropa que vista o las reservaciones para cenar en exclusivos y abarrotados restaurantes que pueda conseguir. Y eso ya es mucho decir. Al final, lo de menos son las precisas descripciones de los crímenes cometidos (¿o sólo imaginados?) por Patrick Bateman. Lo que cae como plomo, incluso antes de llegar a la última página, es la vida de Patrick Bateman como una gran alegoría del viscoso entramado social (de ayer, de hoy...). Nueva York, los yuppies de Wall Street y su estrafalario-icónico modus vivendi para escenario ideal para destrozar, deconstruir, desde las entrañas mismas, la idea del sueño americano que ha teminado por anhelar el mundo entero. Un relato brutal para un orden social brutal. Nada menos. Y ante el cual yo terminé preguntándome qué da más asco: Bateman en sus orgías de sangre o la certeza de que lo retratado a lo largo del libro de algún modo condensa infinidad de pequeñas representaciones (más o menos torcidas) que tienen lugar día a día en el mundo. Foc.

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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