Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

viernes, julio 30, 2010

Semana 6: Elegía para un americano


Sigo rumiando muchas de las cosas que me hizo pensar y sentir Siri Hustvedt a través de Erik (el psiquiatra  que cuenta esta historia), sus vivencias y las de su familia tras la muerte de su padre. Pero eso no me impide decir que es un libro verdaderamente entrañable. De esos que uno guarda bien en la memoria y el corazón, y que intuye que habrá que volver a leer en algún otro momento de la vida. Porque se trata de una especie de gran cebolla con capas y capas que pueden irse desvelando según se esté dispuesto a hacerlo. Y si algo le encuentro yo a esta escritora (Todo cuanto amé es otra gran novela suya) es una capacidad asombrosa para forjar personajes cuyos contextos, experiencias y tribulaciones cotidianas parecieran, a simple vista, no tener mayor trascendencia que la de dar forma a un entretenido relato familiar sobre un tipo originario de Minnesota que ahora vive en Brooklyn, pero que en realidad aborda ese complejo entramado de la identidad del ser humano: Los dolores emocionales. Las dudas. Las confusiones. Los enredos mentales. Lo que no decimos. Lo que escondemos. Los temores. Las complicidades. Las ingenuidades. Las limitaciones. Las tristezas. Las alegrías. Las atracciones. Los traumas. Lo que dijimos e hicimos contra lo que nos hubiera gustado decir y hacer. Los encuentros con otros. Lo que los otros reflejan de nosotros. La historia familiar... Y sucede que Hustvedt escribe de todo ello con una cadencia tan cálida, tan seductora, que sólo te das cuenta de a qué rincones tan profundos te ha llevado hasta que estás ya ahí bien metido. Porque conforme volteas más y más páginas, comprendes que no sólo te has involucrado con los personajes, sino que te reconoces en ellos. Eso sí, con mucha naturalidad y amabilidad. No exagero al decir que algunos párrafos me dijeron tanto, que hube de tomar un poco de aire, leerlos de nuevo y volver a tomar aire. Pasajes tan hilarantes como sobrecogedores, como el del entierro del padre de Erik. Pasajes para carcajearse y para llorar sentidamente. Por los personajes y por uno mismo.
Para mí, lo más valioso de esta autora es que ha logrado diseccionar y digerir experiencias emocionales propias (como la muerte de su padre, a quien dedica el libro) y ajenas con la minucia necesaria como para terminar por transformarlas en sabiduría escrita, pero sin una narrativa rimbombante de por medio. Admirable, de verdad.

Les dejo una de las tantas líneas que me atraparon:
A menudo he pensado que ninguno de nosotros somos quienes creemos ser,  que cada cual concilia la terrible extrañeza que nos produce nuestra vida interior con todo tipo de mentiras que puedan convenirnos.

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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