Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

martes, agosto 24, 2010

Día 61: Fight Club


Trato de recordar si había vuelto a ver esta película completa alguna otra vez que no fuera aquella noche en la sala de cine con mis padres, cuando fue estrenada. Pero no logro recordarlo. Supongo que no. Lo que sí recuerdo a la perfección es lo alucinada que salí del cine. La sensación de que mi mente había sido bombardeada por una historia que me era imposible digerir del todo; por una historia cuya médula, en algunos aspectos, se me escapaba de las manos. Algunos de ellos muy masculinos, me parece. Y justo es ahora que he vuelto a verla, cuando ya cuento con un referente del mundo laboral más sólido (y crudo) y que experimenté mi parte más masculina en una oficina, que termino de conectar los cables faltantes. Ese condenado Chuck Palahniuk sí que se escribió una gran historia. Ahora comprendo que verla en aquella semana de estreno fue como contemplar las bombas cargadas en mi sótano personal, sin entender bien a bien qué demonios hacían ahí. Verla  de nuevo ha sido como contemplar el escenario después de que explotaran. Aquella vez jamás me sentí conectada con las ansias de golpear a nadie ni con el alivio de hacerlo. Pero ahora, cuando Tyler Durden da uno de sus speeches (el más largo), conecté con ambas. Juro que una parte de mí quiso pararse a soltar uno que otro puñetazo. Sólo hasta ahora cada una de mis fibras comprendió esa maldita enajenación laboral en la que está sumido el personaje sin nombre de Edward Norton. Que si tú no dejas salir todo eso que te tragas, algún día va a salir, imparable, incontrolable. Y que tendrás suerte si te das cuenta a tiempo de sus anhelos de destrucción.

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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