Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

jueves, agosto 12, 2010

Semana 9: Orlando


Una vez abierto, no pude parar de leer. Fui arrastrada por la pasión, la (elegante) sorna, la cadencia y lo magníficamente escrita que está esta condenada novela. Me pareció fascinante que no hay concesiones para pausar hasta que terminas un capítulo y luego el otro y el otro, hasta cerrarlo. Encontré muchos pasajes fascinantes, pero leído el siguiente supe que no podría soltar a Orlando hasta saber qué era de él/ella:

La princesa ya no pudo contener la risa, y Orlando, encontrándose con sus ojos por encima de las cabezas de jabalí y de los pavos reales rellenos, se rió también. Se rió, pero la risa se le heló en maravilla. ¿A quién había querido, qué había querido hasta entonces?, se preguntó en un cúmulo de emoción. Una vieja, se contestó, puro hueso y pellejo. Innumerables rameras de vestido colorado. Una monja majadera. Una gastada aventurera de boca cruel. Una masa dormilona de encaje y etiqueta. El amor había sido para él un poco de aserrín y cenizas. Los goces que le había dado parecían infinitamente insípidos. Se asombraba de haberlos soportado sin bostezar. Mirándola se derretía el espesor de su sangre; el hielo se volvía vino en sus venas; oía correr las aguas y cantar los pájaros; brotaba la primavera sobre el duro paisaje invernal; su hombría se despertaba; empuñaba una espada en la mano, cargaba contra un enemigo más audaz que el polaco o el moro; se sumergía en aguas profundas; veía crecer en una grieta la flor del peligro; tendía la mano —en fin, estaba improvisando uno de sus más apasionados sonetos cuando la Princesa le dijo: "¿Tendría la bondad de pasarme la sal?". Se sonrojó violentamente.


*Debo señalar que la versión que tengo fue traducida por Jorge Luis Borges y adoro el diseño de la colección a la que pertenece: la colección Diamante, de Editorial Sudamericana. ¿No podrían todos los libros en español denotar ese amor cuidadoso por las letras? (Sé que mi foto no le hace justicia).

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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