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sábado, noviembre 27, 2010

Película 133: Los gatos persas (52 Muestra 15/22)


La trama: Un chico y una chica que tocan rock indie se acercan a una especie de dealer-representante para que les ayude a conseguir las visas, los pasaportes y los músicos que requieren para dar un par de conciertos en Londres, ya que no pueden hacerlo en Irán porque está prohibido. En el camino, conocen a todo tipo de bandas musicales.


Opino que: Puede que no sea un relato redondo-redondo, pero es lo de menos. Es una maravilla de retrato de la escena musical actual iraní (concretamente en Teherán). Con su lado valiente y su lado crudo. Más valioso aún porque en Irán la música se considera impura y se castiga con cárcel. Así que las guitarras, los bajos, las baterías y las vocales ensayan y tocan verdaderamente de forma underground (nada del uso de esta palabra como estúpida etiqueta cool). Cada grupo al que Negar y Ashkan conoce, independientemente de su estilo musical, le sirven de pretexto al director (el mismo de Las tortugas pueden volar) para armar una especie de videoclips con retazos fílmicos del Irán cotidiano. Que en conjunto dan vida a una película con estilo documental que de algún modo canta: Esto también es Irán. A pesar de las restricciones, de la persecusión, de la censura, de la represión... Están los músicos que se arriesgan para tocar sus instrumentos, para cantar, para hacer lo que les gusta. No sé, me parece que comparte ese espíritu de lucha personal e inspiradora que deja Persepolis. Encima, la música, toda ella, suena fabulosa. Y no miento: tardé un buen rato en dejar de tener la piel chinita. No nada más por el final, sino por todo lo que me dejó pensando y sintiendo.

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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