Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

viernes, noviembre 05, 2010

Semana 20: No digas Noche


–Es increíble cómo esta clase de banalidades, especialmente el término perdonar, si se menciona en el momento adecuado y mostrando afecto hacia ambas partes, consigue hacer derramar lágrimas y llegar a una tregua. Algo tan insignificante tiene el poder de calmar al perjudicado, posiblemente porque lo que le angustiaba era insignificante.

Lo mío con Amos Oz empieza a tener tintes de romance serio, les advierto. Así que agárrense, porque no creo parar hasta acabar con todo lo que se me cruce por el camino escrito por él. Y hay mucho. Pero a lo que nos atañe...
Hay libros que te alientan a devorarlos frenéticamente. Hay otros que piden a gritos dejarlos sin culpa alguna. Otros que como-que-no-pero-sí-te-enganchan. Pero también existen aquellos (los menos, creo) que te inducen a leerlos pausadamente, sin prisa de nada. Que te piden deleitarte moderadamente con cada capítulo, por corto que este sea. A masticar, no a deglutir, todo lo que hay contenido en ellos. Como No digas Noche, donde en lugar de importar el desenlace, el hilo negro de la historia o los hechos trepidantes, importa lo que sucede a cada momento. Importan los pensamientos, las percepciones, las acciones de una y otra parte. Lo que se dice. Lo que no. Aquí se trata de un matrimonio sin hijos que, capítulo a capítulo se cede el turno para narrarnos su respectiva visión de las cosas. Para que uno se dé de frentazos con las suposiciones erróneas, los vicios, los arranques, los caprichos, los encontronazos, el arduo estira-y-afloje que implica una relación. El saber llevar lo que alguna vez fue. Lo que se es ahora. Las ilusiones contra las realidades. Ufff... Todo ese entretejido nada sencillo de manejar que conlleva vivir con alguien. Envuelto en esas fascinantes frases, opino yo, que construye este tipo israelí. A veces confeccionadas con tanta aparente simpleza que disimulan muy bien uno que otro gancho al hígado.
No será un libro precisamente alegre, pero vaya si tiene una personalidad no muy olvidable que digamos.

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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