

Si fuera niña de nuevo, pediría que las paredes de mi cuarto estuvieran decoradas con los dibujos de los créditos. ¡Qué ma-ra-vi-lla! (espero recordar esto para mi próxima vida). Ahora, teniendo tan cerca el día que vi My neighbor Totoro, no puedo decir mucho de Ponyo sin redundar en aquello de la gozadera que son sus personajes y sus visualizaciones (aunque esta no me parece, ni de cerca, una de sus mejores películas). Pero ayer caí en cuenta que otra de las cosas que me encanta de los filmes de Miyasaki es que sus protagonistas (con o sin hermanos; con papás harto peculiares) son niños que pasan buena parte de su día a solas, y es justo durante ese tiempo que entran a mundos y aventuras fantásticos. Es como una magnificación extraordinaria del tiempo a solas cuando eres niño. Podrá parecer obvio, pero sospecho que no todos los adultos tienen noción clara de cuánto bien puede hacerle a un pequeño ese tiempo enteramente a su disposición, aunque sea de más, aunque sea para perderlo. No es que yo fuera una niña de fantasías rebuscadas, pero sí recuerdo que tuve mucho tiempo de esta categoría y que durante él entraba en una especie de túnel que era muy, muy mío. En el que sólo yo cabía. Un túnel que ha hecho la diferencia entre ser una persona que estando sola se aburre o no sabe qué hacer, y ser una persona que adora el tiempo a solas. Ay, Miyazaki, eres grande.
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