
La recordaba un pelín más sacante de quicio. Pero es que, claro, vista en pantalla de cine y en la oscuridad de la sala la historia se vive un poco más en medio de la nada marítima. El sillón de casa, en cambio, diluye ese efecto. Aunque sin duda sigo pensando que yo me volvería loca de atar de quedarme varada ahí, con una comunidad de tiburores merodeando debajo de mis pies. Qué puta desesperación esperar a que el tiburón se decida o no a tragarte a mordidas.
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