Esto que veo. Esto que leo. Esto que siento. Esto que escribo. Estoy que soy.

viernes, junio 18, 2010

Semana 3 bis: El día antes de la felicidad


Cada que leo un libro tengo por costumbre anotar en una tarjetita blanca las frases o párrafos (y su página) que más me van gustando, que me recuerdan algo, que me significan algo. Unas veces anoto sólo una frase; otras, requiero de hasta dos tarjetas.
Con El día antes de la felicidad, de Erri de Luca, me ha pasado que prácticamente quería copiar en la tarjetita al menos una frase de cada párrafo. Y cómo no, si es un relato bellísimo. Una sencilla y a la vez profunda y deliciosa oda a la vida de 112 páginas, creo yo. Plagada de sabias reflexiones, de frases que conllevan muchas vidas dentro de sí mismas (de esas que uno quisiera escribir). Denotan a alguien que ha vivido pero, sobre todo, que ha escuchado, y mucho. Una historia cuya mayor enseñanza, para mí, es la facultad y la disposición de encontrar lo grandioso incluso bajo lo desfavorable. La de cultivar avidez ante lo que otros tienen que enseñarnos. De cobijar nuestras relaciones con los demás de comprensión, no de prejuicio.
Lo dicho: es un libro hermoso; más para una tarde nublada. Y, sin duda, al mundo le hacen falta más Don Raimondos y Gaetanos.

Acá, uno de los muchos párrafos que marqué:
—Veo que quieres encontrar un santo a toda costa. No existen, ni tampoco los diablos. Lo que hay son personas que hacen algunos gestos buenos y bastantes otros malos. Para hacer uno bueno cualquier momento es el adecuado, pero para hacer uno malo hacen falta ocasiones, comodidades. La guerra es la mejor ocasión para hacer porquerías. Concede el permiso. Para un buen gesto, en cambio, no hacen falta permisos.

*Hay que decir que este libro, publicado en México por Sexto Piso, fue recomendación de @gerguss.

2 comentarios:

  1. Lo tengo en mi pila de libros por leer. Acabas de determinar cuál será el siguiente.

    Saludos.

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  2. Te lo vas a echar en una sentada. Es un dulce. :)

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Tarde o temprano, la vida te lleva —o te obliga, más bien— a ir dejando por el camino un sinfín de equipaje. Lo que crees, piensas, sientes, percibes... siempre tiene caducidad. Y yo, simplemente, quiero ir cada vez más ligera. Si no es mucho pedir.

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